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El infinito en un junco: La invención de los libros en el mundo antiguo

El infinito en un junco es fascinante y sorprendente. Impresiona su conte­nido, no tanto por su extensión sino por la manera en la cual la autora va hilvanando la historia de cómo el ser humano vivió la creación del libro. Todo un pro­ceso de investigación desarrollado para ofrecer un material excepcional, que se lee con facilidad, se disfruta y el lector queda con ganas de seguir leyendo un contenido que parece inconcluso, pues solamente abarca el periodo de la antigüe­dad.

Lleno de imágenes, Irene Vallejo nos inunda con una narrativa sencilla, abordando la histo­ria de cómo el hombre, en ese afán insaciable de dejar su huella, inventó el lenguaje escrito para descubrir la necesidad de emplearlo como un medio para permanecer a través del tiempo: ya no le bastaban los grandes monumentos, los templos,… porque el tiempo los destruiría o las guerras. Entonces comenzó a experimentar con materiales diversos (piedra, madera, papiro, cuero, tablillas de arcilla o bronce, marfil, en­ tre otros) recopilando narraciones históricas, cuentos, poesía, filosofía, política…, en la firme creencia que “… el oficio de pensar el mundo existe gracias a los libros y la lectura, es decir, cuando po­demos ver las palabras y reflexionar despacio sobre ellas, en lugar de solo oírlas pronunciar en el veloz río del discurso…”. De ahí que resulta apasionante leer el capítulo 38 titulado “La revolución apaci­ble del alfabeto”.

Anécdotas sorprendentes, relatos que se an­teponen cuestionando las normas sociales de la época de los grandes imperios que se hundieron, desaparecieron por las guerras entre quienes ostentaban el poder y aquellos personajes am­biciosos que deseaban tenerlo, sin importar el método a emplear para lograrlo.

Decenas de nombres nos acompañan a través de la lectura: Alejandro Magno, Marco Antonio, Ptolomeo, Cleopatra, Julio César, Séneca, Ho­mero, Aquiles, Hipatia, Sócrates, Tucídides, Safo, Antígona, Aspasia,…; además de Egipto, el río Nilo, Roma, Alejandría, Grecia, Babilonia… Es, como lo define la autora, “un libro de viajes”.

Todo empezó con el gran sueño de Alejandro Magno de construir la biblioteca de Alejandría, para perpetuar su nombre, recopilando todos los libros de las regiones conquistadas, robando, comprando, intercambiando, reclutando a es­pecialistas para traducir y transcribir los textos, porque “cada libro era único” y eran muy valora­dos. Por ejemplo, cuenta la historia que Marco Antonio, para deslumbrar a Cleopatra, le regaló 200 mil volúmenes para su biblioteca; en otra parte Vallejo narra el hallazgo en una antigua biblioteca de una tablilla con la siguiente adver­tencia: “A quien rompa esta tablilla o la ponga en agua o la borre hasta que no pueda entenderse, que los dioses y diosas del cielo y de la tierra lo castiguen con una maldición que no pueda romperse, terrible y sin piedad,…” ¿Por qué de este mensaje? Senci­llamente porque el material empleado en aque­llos textos era muy frágil y “Para que existiera un nuevo ejemplar, alguien debía reproducirlo letra a letra, palabra por palabra, en un ejercicio paciente y agotador. Había pocas copias de la mayoría de las obras, y la posibilidad de que un determinado texto se extinguiese por completo era una amenaza muy real”. Esta situación cambiaría siglos después con la invención de la imprenta de Gutenberg.

Sin darnos cuenta Vallejo nos traslada a re­cuerdos perdidos de la Historia Universal que, en algún momento de nuestras vidas, tuvimos la oportunidad de leer. Hace mucho énfasis en la importancia de la lectura pues para ella “… todo libro es un pasaporte sin caducidad…” que permite el viaje hacia mundos desconocidos. Quizás por ello intercala momentos personales de cómo experimentó ese proceso en compañía de sus padres o menciona libros leídos o películas sig­nificativas de su vida. ¡Tantos libros y tan poco tiempo para leerlos todos!

A medida que leemos El infinito en un junco se va conociendo el funcionamiento de las viejas bi­bliotecas, la forma en la cual las mismas poseían características especiales que las convertían en sitios de discusión, recreación y reflexión, de la labor incansable de los bibliotecarios, las biblio­tecas ambulantes, la manera de enseñar a leer y escribir de ese tiempo, la forma en la cual los im­perios se expandían o empequeñecían producto de las guerras, entre otras interesantes informa­ciones. E igualmente conoceremos la labor de quienes “prestaban sus voces” para leer en voz alta, algunas situaciones de rechazo social, ex­clusión o de la doble moralidad de esos tiempos, del papel histórico de las mujeres que decidieron con coraje hacer oír su voz.

El infinito en un junco es un libro que vale la pena leer, compartir y divulgar por lo que repre­senta: un texto diferente a todos.