Inteligencia espiritual

En mis lecturas y búsquedas sobre las inteligencias múltiples y la espiritualidad, he tenido la suerte de encontrarme con el libro Inteligencia Espiritual, del Doctor Francesc Torralba, director de la cátedra Ethos de la Universidad Raimon Llull, de Barcelona. Se trata de la inteligencia existencial o trascendente, que vendría a complementar las ocho inteligencias múltiples de Howard Gardner: lingüística, musical, lógico-matemática, corporal y kinestésica, espacial y visual, intrapersonal, interpersonal y naturista.

Tras destacar las ideas de los creadores del concepto (Viktor Frankl, Zohar y Marshall, Robert Emmons, Kathleen Noble, Frances Vaughan, David B. King), afirma que ―lo espiritual es lo libre en el ser humano, lo que escapa a lo biológico…. La demostración de que el ser humano no es esclavo de sus instintos‖. Y siguiendo a Simone Weil, las necesidades de orden espiritual serían: la necesidad de sentido, la necesidad de reconciliación con uno mismo y con la vida, la necesidad de reconocimiento de la propia identidad como persona, la necesidad de orden, la necesidad de verdad, la necesidad de libertad, la necesidad de arraigo, la necesidad de orar y la necesidad de soledad y silencio. Para el Dr. Torralba, la inteligencia espiritual responde a siete preguntas: ¿Quién soy yo? ¿Qué será de mí? ¿De dónde vengo? ¿Cuál es el sentido de la vida? ¿Para qué todo? ¿Por qué todo? ¿Existe Dios?

A su vez, los poderes de la inteligencia espiritual son:

  1. La búsqueda del sentido. Como seres inacabados, las personas estamos siempre en búsqueda. La inteligencia espiritual permite interrogarnos por el sentido de la existencia y también buscar respuestas plausibles a la misma.
  2. El preguntar último: La inteligencia espiritual da poder al ser humano para formularse preguntas últimas o cuestiones fundamentales de la existencia.
  3. La capacidad de distanciamiento de la realidad circundante y también de nosotros mismos. Sin distancia, uno queda atrapado en el contexto, en el entorno, y carece de capacidad para hacer de su vida un proyecto singular.
  4. La autotrascendencia o capacidad de superación, de ir siempre más allá, de cruzar fronteras y no contentarse con lo conocido o establecido. Es lo que mueve a exploradores, a alpinistas, a científicos, a filósofos, a teólogos, a médicos a superarse a sí mismos, a dar el máximo de sí para conquistar lo que todavía no conocen.
  5. El asombro. Una cosa es existir. Otra, muy distinta, es darse cuenta de que uno existe. La planta existe, pero no sabe que existe. Una cosa es mirar, otra cosa es admirarse de la realidad. Esta capacidad admirativa constituye el origen del filosofar.
  6. El autoconocimiento. La inteligencia espiritual nos faculta para adentrarnos por aquella infinita senda que conduce al conocimiento de uno mismo. Solo quien se conoce a sí mismo puede realizar sus proyectos, aspirar a una vida feliz
  7. La capacidad de valorar, es decir, de emitir juicios de valor sobre decisiones, actos y omisiones. La tarea de valorar es solo propia de los humanos y nos convierte en sujetos éticos.
  8. El gozo estético. La belleza no es un objeto, tampoco una cosa. Es una experiencia que acontece en el interior de un ser humano y que está directamente relacionada con la inteligencia espiritual. No se capta sólo con los sentidos. Lo que uno capta a través de sus receptores, son estímulos visuales, gustativos, auditivos, táctiles u olfativos, pero la belleza es una vivencia espiritual.
  9. El sentido del misterio. Lo misterioso circunda al ser humano por todas partes. No es verdad que el desarrollo de las ciencias naturales atrofie el sentido del misterio. Más bien, es lo contrario. El misterio es el principal impulsor de la ciencia.
  10. La búsqueda de la sabiduría. Toda persona anhela, desde lo profundo de su ser, una sabiduría vital, una visión global de la existencia, una orientación que le permita vivir una existencia feliz.
  11. El sentido de pertenencia al todo. El desarrollo de la inteligencia espiritual faculta para tomar conciencia de la íntima relación de todo con todo, de la profunda y subterránea interconexión entre los seres del cosmos. Quien cultiva la inteligencia espiritual es capaz de sentirse miembro del gran Todo.
  12. La superación de la dualidad. Consiste en ver al otro como una realidad que emana de un mismo principio, como un ser que forma parte del mismo todo, como un hermano en la existencia. Este sentimiento de unidad, de disolución de la separación es la base de lo que se denomina experiencia mística.
  13. El poder de lo simbólico. Gracias a la inteligencia espiritual, tenemos el poder de lo simbólico, capacidad de convertir en símbolos objetos naturales y artificiales, y comunicarnos a través de ellos.
  14. La llamada interior. Nadie nace sabiendo qué es lo que va a dotar de sentido su vida, lo que la va a hacer valiosa. A medida que desarrolla su vida, se da cuenta de que está llamado a hacer algo con ella. Es la vocación que cada uno debe descubrir por sí mismo y le va a posibilitar su realización.
  15. La elaboración de ideales de vida. Los ideales no son ideas, ni objetos tangibles. Son objetivos, aspiraciones que uno desea hacer realidad a lo largo de su vida. El peor de los dramas que un ser humano puede sufrir es carecer de todo tipo de ideales, no aspirar a nada.
  16. La capacidad de religación. La inteligencia espiritual es la raíz de la vida espiritual, pero la espiritualidad no es la religiosidad. La vida espiritual es búsqueda, anhelo de sentido, camino hacia lo desconocido, autotrascendencia. La religiosidad expresa capacidad de religarse, de vincularse a un ser que reconoce distinto a sí y con el que establece alguna forma de comunicación. La espiritualidad no exige, necesariamente, la religación con un ser superior, pero tampoco la excluye.
  17. La ironía y el humor. El humor facilita las relaciones interpersonales y hace agradable la vida en común. El humor no se opone a la seriedad. Es, más bien, su condición de posibilidad. La ironía es una forma de humor. Sócrates la practicó vivamente durante toda su vida. Su célebre ―Sólo sé que no sé nada‖ es una frase preñada de ironía.

Para cultivar la inteligencia espiritual, el profesor Torralba nos propone la práctica asidua de la soledad, el gusto por el silencio, la contemplación, el ejercicio de filosofar, gozar de lo espiritual en el arte, practicar el diálogo socrático, el ejercicio físico y el dulce no hacer nada, la experiencia de la fragilidad, el deleite musical, la práctica de la meditación y el ejercicio de la solidaridad.

Con la inteligencia espiritual, a juicio del autor, se obtienen múltiples beneficios: creatividad, profundidad en la mirada, consciencia crítica y autocrítica, calidad de las relaciones, autodeterminación, sentido de los límites, conocimiento de las posibilidades, transparencia y receptividad, equilibrio interior, asumir la vida como proyecto, capacidad de sacrificio, y vivencia plena del ahora.

Ahora bien, así como es posible cultivar la inteligencia espiritual, también se puede atrofiar mediante el sectarismo, el fanatismo, el gregarismo, la banalidad, el consumismo, el vacío existencial, el aburrimiento, el autoengaño, el gusto por lo vulgar , el narcisismo, la parálisis vital.

En definitiva, el autor nos propone que debemos educarnos y desarrollar nuestra inteligencia espiritual para ser más libres, para conocernos mejor, para identificar, explorar y elegir valores propios y comprender los de los demás, para expresar nuestra creatividad en el arte, para cooperar en comunidad, y para ser más felices.

Si bien, el libro es de una gran profundidad, está escrito con un lenguaje sencillo y con un estilo ameno que facilita la lectura, e incluso la convierte en un viaje maravilloso por los caminos del sentido de la vida y de la experiencia espiritual.