Espiritualidad para escépticos

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En la actualidad se habla con mucha frecuencia sobre las religiones y la religiosidad. De la espiritualidad se habla menos, y cuando se hace no nos queda muy claro a qué se refieren exactamente. La espiritualidad es un término engañoso, ya que en muchos casos se utiliza con un sentido más bien superficial y restringido. Este libro, del filósofo y docente estadounidense Robert Solomon, nos da una idea mucho más amplia y, a la vez, profunda de lo que se debería entender cuando utilizamos este término y, sobre todo, cuando intentamos practicarla.

El autor parte de sus propias vivencias de la tragedia y la alegría para intentar deshojar esta noción en tiempos tan particulares como los actuales; y lo hace echando mano del sentido común, la inteligencia, la literatura, la música. Nos propone la reivindicación de un ejercicio espiritual cotidiano, transformador y colectivo, elementos que no son los que comúnmente relacionamos con este ámbito.

La práctica de la espiritualidad comienza por una progresiva consciencia de todo lo que sucede a mi alrededor y en mí interior, intentando evitar el automatismo al que tiende el ajetreo del día a día, que no es más que una señal de la pérdida del disfrute de los prodigios cercanos, una terrible y persistente de-sensibilización de nuestra relación con el entorno. Para revertir este deterioro, el autor recomienda un proceso paulatino de re-encantamiento de la vida cotidiana, de volver a encontrar el camino que da a la diversidad de sentimientos que soy capaz de experimentar. Es necesario volver a encontrar el asombro infantil, lo lúdico: nuestra olvidada capacidad de jugar.

Se suele pensar que una persona espiritual es aquella que exhibe cierta ritualidad propia de su religión. Eso estaría bien si esas acciones no se convierten en acto mecánico cuyo sentido se encuentra desdibujado. El rito es vivencia, no acto mecánico; es la manifestación de un proceso intenso e interior, no la repetición de una acción heredada o aprendida. Incluso, el autor hace énfasis en que el espacio de la práctica de la espiritualidad es el mundo entero, incluye toda la naturaleza, y puede llevarse a cabo en todo momento. No es indispensable un templo, un momento específico de la semana para una ritualidad llena de sentido.

Lo espiritual debe tener en todo momento un impulso transformador de la persona y de su relación del entorno. No nos podemos limitar simplemente a las creencias heredadas. Es una manera de experimentar, de vivir, de interactuar, lo que tiene su origen en la cotidianidad, en lo más sencillo, la relación con mis semejantes; en fin, lo ético y lo político, en el sentido más amplio. Una persona que cultive lo espiritual debe haber pasado por una profunda preocupación, conciencia y reflexión de sus actos, debe asumir la alta responsabilidad de estar vivo, una responsabilidad consigo mismo y con el otro/a.

Aquí también se desmitifica la imagen ermitaña y solitaria de quien cultiva su espiritualidad. Es cierto que la soledad es un estado con el que se debería convivir provechosamente. Nos encontramos constantemente con personas que no se soportan a sí mismas, no pueden pasar momentos a solas o en silencio, y siempre las vemos en búsqueda de multitudes, en el afán de que el yo se haga imperceptible. La espiritualidad, ciertamente, parte de una buena relación consigo mismo. Sin embargo, ésta es inclusiva, es social; puede ser mística, austera pero no misántropa, antisocial. Tampoco se trata de una completa renuncia a lo material, sino de darle su justo lugar, que esto no se encuentre en el centro de nuestra existencia, que sea un medio y no un fin.

Para salir de la inercia de nuestras vidas es imprescindible hacer consciente cada fragmento de ella, así como también la reflexión, la contemplación, la comunión, la socialización. La sensualización también la considera fundamental, ya que nuestros sentidos han sido sometidos a descuidos o a maltratos, teniendo como consecuencia su embotamiento o, incluso, su atrofia.

Llama la atención que uno de los valores en los que el autor hace más énfasis es la humildad y la apertura hacia el mundo; esto implica un aprendizaje que conlleve el saber escuchar, el incremento de nuestra atención. Los valores opuestos a la espiritualidad serían la envidia, el resentimiento, la rivalidad, el desprecio, el odio. Por todo esto, puede decirse que fortalecer lo espiritual en nosotros es un reto, un compromiso y un ejercicio constante. Por lo general, no es un estado al que se llega en un frenesí repentino, hay que poner de sí para alcanzarla. Como lo dijimos anteriormente, la espiritualidad es una forma de estar en el mundo, una posición ante él.

Estas son solo algunas de las razones por las que es pertinente la lectura de Espiritualidad para escépticos; nos maravillaremos de las ramificaciones del tema y, sobre todo, nos convencerá de la necesidad del cultivo de la espiritualidad en nuestros días.

Luis Ángel Barreto
Centro de Formación e Investigación Padre Joaquín

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