De los encierros y desencantos a recuperar el ámbito público
Una enorme mayoría de las organizaciones sociales, comunitarias, populares, ecologistas, ambientales, de derechos humanos, étnicas, feministas, juveniles, de comunicación, educativas y eclesiales padecen en esta segunda década del presente siglo del síndrome del archipiélago. Son muchas, muchísimas, desparramadas a lo largo de cada uno de nuestros países, y esa realidad es muy positiva, estamos entre los países con mayor número de organizaciones de sociedad civil, comunitarias, eclesiales y de toda índole no gubernamentales de toda la región. Sin embargo, cada vez más con posibilidades más mínimas de crecer y con enormes probabilidades de hundirse y desaparecer, como diminutas islas ancladas en un mar común de calamidades.
Todas las organizaciones e instituciones sociales y educativas, unas más, otras menos, tienen temas comunes, o temas que tienen que ver o afectan a todas ellas y a la sociedad en general. Sin embargo, cada una cuenta con su propia agenda y la cuida frente a las demás. Cada una va impulsando su agenda de trabajo o de lucha, bastándose a sí misma, o viendo a las demás organizaciones a partir de su bastedad.
La mayoría de las organizaciones han sucumbido a relaciones verticales con un organismo donante o una ONG de quien recibe apoyo y de donde emanan no pocas de las temáticas que conforman la agenda de trabajo o de lucha, y a quien da cuenta de lo que hace, de lo que quiere hacer y de lo que ha dejado de hacer. Sin que haya consciencia de ello, estas líneas verticales son continuas y muy bien definidas y se basan sobre la lógica de las obediencias y las sumisiones.
Por su parte, la mayoría de organizaciones han descuidado hasta romper con relaciones horizontales bien definidas con las otras organizaciones similares, son relaciones establecidas con hilos muy tenues o con líneas punteadas en lugar de continuas; cuando se buscan establecer estas líneas normalmente es para atraer a las organizaciones o sectores hacia la particular agenda de trabajo y no para conocer la agenda de las demás y mucho menos para construir una agenda común.
Así como cada organización suele obedecer hacia arriba, a quien define las temáticas, aporta los dineros y exige el marco lógico, busca establecer relaciones verticales con los destinatarios finales de sus agendas, convirtiéndose de esta manera en intermediarias de contenidos y recursos entre los donantes y los destinatarios. Esas líneas verticales están muy bien marcadas, mientras las líneas horizontales son difusas o no pasan de las formulaciones a la realidad.
En una lectura arriesgada, aventurada y provocadora sobre la realidad actual de las organizaciones sociales, se podría decir que las mismas se acabaron convirtiendo en un subproducto del neoliberalismo, aun cuando todas ellas, sin excepción, son férreas críticas y opositoras de dicho modelo.
El modelo neoliberal arrastró en pocos años las enclenques economías centroamericanas, sumergidas en obsoletas prácticas feudales, hacia las demandas del capital y la globalización, al tiempo que su cultura individualista y de competitividad ilimitada se deslizó hasta penetrar a fondo las organizaciones se deslizó hasta penetrar a fondo las organizaciones sociales y retrotraerlas a una especie de feudalización política, ideológica e incluso económica.
Cada organización tiende a ser un feudo, con sus espacios muy bien delimitados, con sus propios recursos y con sus propios destinatarios, los nuevos siervos al servicio del feudo. Las economías nacionales han saltado del retrógrado feudalismo a la economía neoliberal del mercado, mientras las organizaciones sociales y populares retrocedieron a la concepción política y práctica del feudalismo.
La violencia, criminalidad e inseguridad han hecho lo suyo también con las organizaciones sociales. Así como estos datos de la realidad, con la dosis de morbo que aportan ciertos medios de comunicación, han contribuido a generar un ambiente de miedo y a que la gente rehúya a los espacios públicos, en las organizaciones sociales ha hecho mella acentuando el encierro y el ensimismamiento de sus dirigentes en sus quehaceres internos.
Si algo tienen en común las organizaciones y sus dirigencias con los sectores populares es en la sobrevivencia. Vivir al día, arañar para saber llegar al final del día, es un rasgo que identifica a las organizaciones actuales, al igual que ocurre con la gente mayoritariamente desempleada. A cada día le basta su afán, parece ser la consigna.
En el caso de los sectores populares, ya no solo buscan asegurar la comida del día, sino salvar la vida de las garras amenazadoras de la violencia criminal y delictiva. A las organizaciones sociales les abate el coyunturalismo, es decir, vivir y sobrevivir en la realidad coyuntural, sin capacidad para ver más allá. Los fondos de la cooperación son la inyección que los líderes de las organizaciones que necesitan para sobrevivir en cada coyuntura.
De fondo, lo que parece estar ocurriendo es que se han roto o se están rompiendo paradigmas, y los liderazgos populares y sociales se siguen aferrando a antiguos paradigmas que se están haciendo añicos y que no tienen capacidad para sostener los desafíos y realidades que irrumpen en la sociedad actual. Cuánto más fuerte es la crisis paradigmática, más crece el peligro de los liderazgos tradicionales de aferrarse a lo que ya no es o casi no es.
La verticalidad, el patriarcado, la concepción tradicional de la familia como núcleo de cercanía en un hogar común, los liderazgos varoniles basados en caudillos, la concepción gremialista, lo religioso como cohesionador social, van quedando en las ruinas. Los liderazgos y la organización tradicional han sido superados por los dinamismos y pujanzas de las organizaciones que se mueven en los corredores de la irregularidad, la ilegalidad, la violencia, el crimen y la delincuencia.
Las esperanzas de resistencia y de construcción de propuestas populares hemos de buscarlas con lupa, fuera de los corredores de la política oficial y de sus partidos. Las hay, pero son diminutas, son pequeñas experiencias organizativas, narraciones breves situadas en la lógica del colibrí que con su pico y su volar incesante, va poniendo gota a gota su parte de agua en el inmenso mar. Las experiencias que van surgiendo en la marginalidad, y no en el centro, son las que fortalece la fe en la fuerza liberadora de los pobres, desde los pequeños datos locales, sin marcos lógicos y sin líneas partidarias. En estas experiencias es en donde se pueden descubrir los residuos de fe liberadora que han sido arrasados y erradicados por la oficialidad eclesiástica, ofrecen oportunidades para hacer realidad en el camino una nueva cultura política ciudadana desde nuevas relaciones sociales y de género.
En las zonas de mayor conflictividad de San Pedro Sula, la calificada ciudad más violenta del planeta, centenares de mujeres que han visto morir a sus hijos violentamente o que tienen que pagar el “impuesto de guerra” para que sus hijos sigan sobreviviendo, están organizadas en un programa llamado “Madres maestras”. Son mujeres pobres, muchas de ellas sin siquiera saber leer y escribir, pero se organizan para hacer de la vida de sus barrios y colonias un lugar de esperanza, de juego para sus hijos y de aprendizaje para el arte y la cultura. Convencidas de que ni la policía ni el Ministerio de Seguridad ni nada que venga del Estado resolverá su drama de no tener ninguna seguridad de que sus hijos adolescentes volverán a casa después de la escuela o colegio ni de que los libre de la amenaza de que el crimen organizado los obligue a engrosar sus filas, estas mujeres se decidieron a luchar por la vida de sus hijos. Para la mayoría de estas madres-maestras la vida les ha sido ingrata, y sin embargo han aprendido no solo a sobrevivir a la violencia y al dolor por la cruenta pérdida de sus hijos, sino que saben cantar mientras analizan la realidad.
“Paso a Paso” es un programa llevado por sectores de comunidades de base de la Iglesia católica de San Pedro inserto en el sector Rivera Hernández, el más violento de los sectores de la ciudad. Nació un 24 de marzo de 2002 inspirado en Monseñor Romero y que atiende diariamente a trescientos niños y niñas, los chiquis y las chiquis, conducidos por comités de madres que junto a sus niños comparten lecturas, manualidades en el marco de la cultura del “Buen Vivir”. Cada año salen a la calle en la “Peregrinación por la Vida”, mientras que en el local donde funciona todo gira en torno a un hermoso árbol, el “árbol de la Vida” que simboliza la armonía de la humanidad infantil con la madre naturaleza. Lo curioso de estas experiencias nacidas en la marginalidad de la sociedad es que los jóvenes organizados en maras y pandillas cometen muchas fechorías y actos de criminalidad, pero respetan y protegen la vida y acción de las madres, voluntarios y niños del “Paso a Paso”.
Sin embargo, estas experiencias organizativas desde las víctimas, creyendo en lo que se hace, en la mística de la gratuidad y el voluntariado, se pierden o se diluyen como arenas en el desierto de la marginalidad y en un ambiente de desesperanza y desmovilización social imperante en las organizaciones sociales que proliferan a lo largo del territorio nacional.
Desafíos
Desde la sociedad
El brillo del capital, con todas sus expresiones, enceguece y oscurece hasta hacer desaparecer la vida que resiste en la marginalidad. Resistirnos a ese falso brillo del capital es el mayor de los desafíos contraculturales. Encender luces desde la marginalidad es la tarea, porque el brillo del capital conduce irremediablemente a la destrucción, al desastre. Solo las luces que encendamos al margen de ese gran falso brillo sobrevivirán e iluminarán el camino del Buen Vivir que ha de surgir de las cenizas de la destrucción.
La construcción de organizaciones sociales desde nuevos paradigmas, desde nuevas lógicas de poder, de relaciones de género, relaciones con la naturaleza y sus bienes.
Una mística que configure y dé sentido a recursos, medios, formación intelectual y académica. Que la gratuidad y voluntariado sustenten el valor de la lucha.
Reinventar el imaginario de la organización popular y social desde el respeto a todas las diversidades, que articule la academia y la investigación con nuevas relaciones de género, la política con lo social y comunitario. Reinventar la opción por los pobres desde la política y la ética, desde la ciencia y la fe, desde el poder entendido como la capacidad para producir cambios significativos sobre las vidas de las personas y del entorno social desde el “Buen Vivir”.
Alimentarnos de la generosidad y bondad espontánea y vital de la gente que vive y resiste desde la marginalidad de la sociedad iluminada por el falso brillo del capital. Esa es luz que no parece existir porque está opacada. Pero es una luz que no se apaga, a pesar de la violencia y violaciones, de la corrupción y de la impunidad, de las armas y de la criminalidad organizada, la mayoría de la gente que habita en la marginalidad de la sociedad pasa haciendo el bien. Ese heroísmo cotidiano es una reserva espiritual, mística y ética que ha de alimentar las luchas sociales y populares.
Apostar por nuevas generaciones de liderazgos ha de ser la condición para creer en la construcción de nuevos paradigmas y de propuestas transformadoras desde la organización social y popular.
Este imaginario social y político, esos valores y esa mística que existen en la marginalidad habría de ensancharlo históricamente en la Comunidad Organizada en Movimiento, es decir, construir propuestas y movilización desde una agenda común de lucha que tenga su asidero en la base, en la comunidad geográfica y territorial, y desde esa realidad identitaria abrirse paso articuladamente hacia lo nacional y centroamericano.
Desde la Compañía de Jesús
Romper con la lógica predominante actual de las mayorías de obras de vivir en el encierro, en la bastedad y el ensimismamiento. Apertura a la vida, angustia y destrozos de las víctimas del modelo neoliberal, esencialmente violento, concentrador de riquezas y productor de miseria.
Romper con inercia en la que fácilmente, y aparentemente sin malicia, el neoliberalismo atrapa el quehacer de las instituciones educativas, particularmente las universidades, con frecuencia susceptibles a entenderse con cúpulas dirigentes de la política y de la alta empresa privada, con el propósito muy bien intencionado de recibir algunos beneficios para sobrevivir o lo que llamamos “fortalecimiento institucional”. Todas las obras debían tener un rasgo que las haga contraculturales y en confrontación con el modelo, y un dosis de presión o de apoyo a la presión que las organizaciones ejercen ante el Estado y ante las élites que lideran neoliberalismo.
Tomarse en serio la formación del laicado y la apertura del mismo a los desafíos que irrumpe en la sociedad desde los pobres, desde la actualización de la misión de fe y justicia. Esto significa una apertura en serio al debate sobre el patriarcado y su influencia cultural en las estructuras y relaciones dentro de la Compañía; sobre la diversidad sexual, y sobre el debate en torno a la lógica de poder que predomina en la Iglesia.
No defenderse ni tener miedo a las luchas sociales y vencer el miedo a los riesgos. Un tiempo de crisis de paradigmas, es un tiempo en donde los riesgos son un signo de los tiempos. Sin perder la especificidad de su misión, las obras jesuitas debíamos perder miedo a la calle, al barrio y a la juventud marginalizada, y desde esas realidades repensar y actualizar la identidad de la misión apostólica y el carisma ignaciano tanto el trabajo intelectual, social, espiritual y pastoral.
El desafío de los pobres y víctimas. ¿Quiénes son en nuestros países y sociedades los pobres y víctimas? ¿Qué relación tenemos con ellos y ellas? ¿Cómo entran a nuestras vidas y caminos? ¿A qué cambios nos llaman? ¿Qué tipo de conversión exigen en nuestro modo de vivir, trabajar, analizar, caminar y luchar?
El desafío de la despolitización. Redefinir hoy la relación de la fe con la política y el poder; la relación con los movimientos sociales y los partidos políticos. ¿Cuál ha de ser nuestro lugar privilegiado dentro de las luchas sociales y políticas? ¿Cuál ha de ser nuestro principal aporte en las luchas sociales y populares? ¿Cuáles son los canales actuales para nuestro compromiso político?
Nunca como hoy, hace falta que en la Compañía de Jesús se despierte su espíritu de “caballería ligera”, y formar a sus miembros tanto jóvenes jesuitas como laicos y laicas en esa agilidad de estar “prestos y diligentes” para saber responder a los desafíos de la historia que emergen desde la marginalidad de las víctimas.
Ismael Melo S.J.
Honduras
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