Desde el mismo momento en el que se declaró el confinamiento y cesaron las actividades académicas y laborales de manera presencial, surgieron diversas estrategias para garantizar la continuidad de los procesos que no podían detenerse, especialmente del proceso educativo y poder así garantizar la culminación del año escolar. Se dio paso además al teletrabajo que potenció una modalidad poco explorada en nuestro país para el trabajo remoto. Todo lo ocurrido a partir de este momento ha sido debatido con mucha insistencia ya que se profundizaron las diferencias entre quienes poseen los recursos y las herramientas necesarias para enfrentar esta nueva realidad y aquellos para los que estos recursos han sido negados. La escuela, el lugar donde las diferencias se desdibujan, ya no estaba, se mudó de espacio.

Por otro lado, fuimos escuchando mensajes que insistían en que este era un momento para que la familia se reencontrara, compartiera las tareas domésticas, jugaran juntos, apoyaran en las tareas escolares, se hiciera uso de las redes sociales para mantenerse en contacto, ya que el distanciamiento era físico y no social. ¡Pronto volveremos a encontrarnos!, era la frase que más pronunciábamos. No se hicieron esperar los videos en los que se mostraba como la naturaleza iba recuperando un aparente equilibrio: las especies acuáticas se acercaron hacia las orillas y se hicieron visibles, el mejoramiento de la calidad del aire y el cambio del clima, gracias a la baja emisión de gases por parte de grandes empresas. La escasa intervención del hombre en el ambiente despertó la admiración por la casa común.

Todos creímos que estábamos frente a una nueva oportunidad de cambios personales, comunitarios y sociales. Inclusive repetimos que Dios nos estaba dando una nueva oportunidad para redimirnos por todas nuestras malas acciones. Nos salvamos juntos o nos morimos juntos. Enfrentados a un nuevo aprendizaje, a nuevos modos de relacionarse, a una realidad desconcertante, el efecto era de esperarse: un ser humano reencontrado con su interioridad, con un mayor cultivo de la espiritualidad, solidario con los hermanos y reconciliado con los otros y con la naturaleza.

Para algunos el impacto fue paralizador, para otros un habilitador en la búsqueda de estrategias para: acercar el conocimiento a sus estudiantes, mantener espacios de trabajo, fortalecer procesos de formación, generar nuevas posibilidades de empleo y de emprendimiento. Muchos espacios presenciales se adaptaron a la virtualidad y ofrecieron servicios de atención a distancia. Las tecnologías de la información que eran poco utilizadas aumentaron su presencia en los espacios formativos y por supuesto, crecieron las ofertas para mantenernos conectados.

Muy pronto comenzamos a vivir los efectos propios de la pandemia y los ocasionados por el confinamiento. Perdimos a seres queridos, familiares y amigos, que no sobrevivieron como consecuencia del contagio o porque los recursos para brindar una atención adecuada no estaban disponibles. La situación laboral se fue complicando y muchas empresas disminuyeron sus puestos de trabajo, elevando las tasas de desempleo. Los padres se consiguieron con pocas herramientas para acompañar a sus hijos en las tareas escolares y los maestros intentaron por todos los medios llevar espacios de aprendizaje a los hogares, descuidando en muchos casos, su propio confinamiento. Finalmente el estar encerrados, con una economía precaria y con tantas responsabilidades para cuidado de la salud, hizo que las relaciones se fracturaran y aumentara la violencia doméstica, haciendo cada vez más vulnerable a niños, niñas mujeres y ancianos. La necesidad de buscar nuevos caminos hizo crecer la migración y con ello las familias rotas y los niños dejados atrás.

Al retornar a la presencialidad nos enfrentamos con el resultado de todo el proceso vivido: una pérdida de aprendizaje equivalente a año escolar y medio, una migración de docentes que supera el 15 por ciento, un considerable aumento de la deserción escolar, más familias fracturadas y vulneradas. También con aprendizajes que fortalecieron nuestra capacidad de resiliencia y que dejaron nuevas capacidades como personas y como docentes, y que deben ser potenciadas ante esta nueva realidad. Los retos que tenemos por delante seguirán exigiendo de todos una actitud de crítica permanente de lo que hacemos, pero especialmente del educador somos y que se necesita, en un nuevo contexto y frente a unas nuevas fronteras.

Para Fe y Alegría, la Educación Popular pone el centro en la persona y no podía ser diferente en estos tiempos de desconcierto. De allí que tal como lo señalan nuestros documentos nos enfocamos en el cuidado de todos los que forman parte del movimiento, en generar espacios de diálogo, de reflexión, de acompañamiento personal y espiritual. Nuestra vocación humanizadora se concreta “haciendo énfasis en la formación de valores a través de la interioridad y fomentando una espiritualidad que ama, celebra y protege la vida”. (Fe y Alegría, 2020). Todo esto en un proceso continuo de discernimiento que busca confrontar permanentemente la realidad para lograr la transformación personal y social como base de su misión. Siendo fieles además al seguimiento de la persona de Jesús y los valores del Evangelio como contribución a la construcción del Reino.

Siendo fieles a nuestra prioridad misional no podía ser de otra manera en estos tiempos y para los tiempos que nos esperan. Los educadores y comunicadores del movimiento siguen dando muestra de su compromiso por una educación y una comunicación que forme de manera integral a todos sus beneficiarios, que sea inclusiva y de calidad, que logre incidir en los contextos en lo que se desarrolla como aporte a una nueva educación y una nueva sociedad.

Este número de Movimiento Pedagógico lleva por nombre Educar desde la Espiritualidad y es porque creemos que, tal como lo señala Pérez Esclarín (2016): “Se trata de promover los valores genuinamente humanos que, puestos al servicio de la persona y de todas las personas, construyan justicia y promuevan la convivencia y la dignidad de todos”. Estas experiencias que hoy ponemos en tus manos son una demostración del compromiso que docentes y comunicadores asumen desde su vocación de servicio a los demás.

Sentirnos acompañados y acompañadas es fundamental, los docentes, los niños, niñas y adolescentes valoran altamente el apoyo que recibieron en esos momentos y que aún reciben. Descubrir qué aprendí en esta pandemia, puesto que todos fuimos afectados, determinará nuestra nueva forma de ver a los demás y de relacionarnos los unos con los otros. De allí que hay un aspecto al que seguimos siendo invitados: Aprendamos a convivir.

Insistimos en la importancia de educar desde la espiritualidad, por eso nuestro Dossier, nos deja las claves para educar el cuerpo espiritual que somos. Aprender a mirar, a bendecir, a escuchar y escucharnos, a acariciar y ayudar, caminar al encuentro del otro para reflexionar y contemplar. En definitiva, enseñar el amor y enseñar con amor.

Compartimos experiencias que han sido vitales no solo para los centros educativos en el trabajo del aula, con nuestros alumnos y representantes, porque todo el tiempo tuvimos la certeza de ir Con Dios en el camino, respondiendo a los distintos momentos que se vivieron tanto en lo personal como en lo institucional. También aquellas que se dieron como respuesta inmediata, que traspasaron nuestras fronteras y que gracias a la colaboración de otros, han permanecido en el tiempo para hacer llegar cada día Una palabra oportuna.

Llevar siempre al aula nuevas ideas mantendrá el ambiente motivador tan necesario para contribuir a la recuperación de los aprendizajes perdidos y por supuesto la necesidad de seguir formándonos, no puede dejar de lado nuestra más tradicional fuente de aprendizaje y lo que nos queda luego de haber leído un buen libro.

Esperamos que la lectura de esta revista despierte en todos el deseo de compartir sus propias experiencias y saberes, ya sean individuales y/o colectivas para que otros puedan replicarlas y contribuir a mejorar nuestras prácticas educativas.

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